El loro cayó al río Magdalena…
Mi hermano lo rescató nadando, y el loro se encontraba herido. Desde el amor que le tengo a los animales, rogué a mis padres quedarnos con él para poder curarlo.

Lo llevamos a casa sin saber todo lo que sucedería. Desde ahí le pusimos Stiven, pero, cada que le decíamos “Stiven”, se enojaba y respondía:

—No… Yoe.

Desde ese momento lo llamamos Yoe.


Los primeros días

Con tan solo 12 años estaba pendiente de él. Tenía presente el mito que mis padres decían:

“Cuando le caes mal a un loro, este daña tus cosas o hace lo posible por demostrarlo”.

No quería eso, así que era quien más lo cuidaba. Con el tiempo generamos un vínculo de amor. Llegaba de la escuela y lo bañaba. Todos los días buscaba recetas saludables para loros… comencé a investigar todos sus cuidados.

Su jaula —de 1 m × 1 m— solo se usaba para dormir. Durante el día paseaba; incluso se metía en las ollas porque le gustaba el arroz, aunque yo no lo dejaba. Yoe estaba en muy buen estado: volaba cada mañana a mi habitación y decía:

—Hola, mi amor.

Le agarré el mayor cariño que podía tenerle a alguien.


Los problemas

Todo era muy lindo, hasta que Yoe empezó a “atacar” a mi mamá. Vivíamos en un apartamento: la cocina junto al balcón… Yoe volaba y la picaba. Decidimos encerrarlo cada vez que ella llegaba de trabajar.

Pasaron los años. En 2021, ya en grado décimo, empecé a preguntarme qué estudiar. Siempre me gustaron los animales; tener a Yoe por más de ocho años me enseñó que vale la pena aprender de ellos y valorarlos. Descubrí que Biología reunía todo lo que quería.


Dilema y decisión

Yoe permanecía encerrado en vacaciones cuando estaba mi mamá; me dolía verlo así. Investigando con la Secretaría Distrital del Ambiente supe que ofrecían estabilidad, cuidado y valoración médica. Desde julio de 2021 lo pensé: cuestionaba qué era lo correcto… el amor no me dejaba imaginar mis tardes sin sus gritos.

El proceso tardó dos años en aceptarse. Conseguí una beca para Biología: mi meta era participar en su rehabilitación. Pero, al iniciar la universidad, tenía menos tiempo; mi familia no lo cuidaba bien. Lloraba al verlo encerrado.

El 8 de junio de 2024 llamé a la entidad. Programaron recoger a Yoe. El jueves, 7 : 30 a. m., llegaron con camioneta y jaula. Lo abracé intentando no llorar, pero Yoe me agarró con su pata… no quería irse. Firmé los permisos; le hicieron valoración médica (nunca le cortamos sus alas).


Vacío y noticias

Los días siguientes no escuché sus gritos a las 6 a. m.; llegó el vacío. Radiqué consulta: respondieron que era un loro muy activo, convivía pasivamente con otros. Me alegré… había sido lo correcto.

En agosto de 2024 volví a radicar. La carta decía que el 4 de julio Yoe murió.

La noticia me derrumbó; me pregunté si todo valió la pena. Lloré… pero entendí: los animales pertenecen a la naturaleza, no a nosotros. Estoy tranquila: lo cuidé como a nadie y velé por su bienestar.

Sin duda, me enseñó a amar mi carrera. Por el estudio… y por él… voy a terminar.