Desde que tengo uso de razón siempre había querido tener un loro como compañía, insistí en varios lugares donde vendían aves en distintas ciudades, hasta que en 2024, en el municipio de Circasia, se me presentó la oportunidad. Una vecina tenía a Lorenzo y a Margarita en su patio, dos loros real amazónicos cuyos silbidos y gritos llegaban a mi casa cada mañana. Una mañana, mientras salía al trabajo, me detuve en su ventana y le pregunté por ellos. Hablamos unos minutos; le conté mi anhelo de traerme un loro a casa y quedó de avisarme si sabía de alguien que me ayudara.

Pasaron semanas hasta que, el 2 de febrero de 2024, la señora me llamó: quería vender una de las loras. Me invitó a su patio oscuro y frío, donde Lorenzo y Margarita vivían en una pértiga metálica de apenas 30 cm, sobre una jaula que parecía más prisión que refugio. La dueña, sin conocer sus necesidades, les cortaba las plumas y les daba una dieta de agua de panela con pan. Vivían temerosas, desconfiadas y con la agresividad que solo el dolor y el abandono provocan.

Algo en sus ojos me hablo de esperanza.

La señora pidió 500.000 COP por Margarita. Con la ayuda de mi esposo juntamos el dinero y la rescatamos, aunque Lorenzo quedó atrás, regalo preciado de uno de sus hijos. El 17 de mayo de 2024 volvió a llamarnos: vendía a Lorenzo en 550.000 COP. De nuevo, con el empeño de mi esposo, le abonamos parte del pago para llevárnoslo ese mismo día, quedando pendientes del resto ocho días después.

Al principio, no fue fácil. cada intento de acercarme era recibido con temor, picotazos nerviosos y aleteos desesperados, pero no me rendí. Día tras día, con paciencia, amor y respeto, me gané su confianza: mis manos no querían herirlos, sino sanarlos, cuidarlos y protegerlos. En casa eliminé jaulas y perchas de metal; coloqué ramas y troncos a distintas alturas para que volaran y descansaran sin lastimarse.

Al principio, no fue fácil. cada intento de acercarme era recibido con temor, picotazos nerviosos y aleteos desesperados, pero no me rendí, día tras día, con paciencia, amor y respeto, me fui ganando su confianza, les fui mostrando que mis manos no quería herirlos, sino sanarlos, cuidarlos y protegerlos. les di espacio buena comida y vitaminas, palabras suaves llenas de amor y tiempo, en la casa ya no habían jaulas ni perchas metálicas que lastimaran sus patas, en toda la casa tenían perchas de diferentes tamaños y alturas que les permitían moverse libremente por el espacio amplio que había destinado para ellas, margarita era inestable y pasaron varios días para que empezara a moverse por las perchas, se pasaba horas y horas en un mismo lugar como consecuencia del encierro al que estuvo condenada tanto tiempo, era inestable tenia poco equilibrio y no sabia volar, Lorenzo intentaba volar pero le habían cortado sus plumas tanto que no le era posible, era muy temeroso se asustaba con cualquier ruido fuerte o movimiento brusco pero poco poco los dos comenzaron a confiar, margarita fue la primera en posarse sobre mi hombro, tímida al principio luego Lorenzo igual de tímido pero necesitados de cariño, en pocas semanas me decían papa y era mas fácil interactuar con ellas, les gustaban las caricias en la cabeza, tenia conversaciones con Lorenzo que era el que mas hablaban y ya no querían separasen de mi ellas recuperaron la confianza y la alegría y yo aprendí lo que significa sanar, cuidar, amar y ser amado de vuelta.

Desde el primer instante que los vi, sentí que nuestras almas ya se conocían, Lorenzo y margarita mis dos loras reales, no eran simplemente aves, eran mis bebes, mis niños, mis compañeras de vida y maestras aladas que la vida me había dado, nuestra conexión fue tan profunda que al poco tiempo y sin escucharlas o nadie enseñarles, me decían papa, papito, papi, me llamaban con sus voces dulces y alegres, llenando nuestro hogar de amor, me buscaban por toda la casa con esas patitas decididas, si no me encontraban en la cocina iban al cuarto, sino me encontraban en el cuarto iban a la sala, pa´ venga, no había mayor alegría para nosotros, les encantaba estar en mi hombro mientras caminaba por la casa o estar conmigo en la cama mientras veíamos televisión, a Lorenzo también le gustaba que lo asomara a la ventana o la puerta hacia la calle para saludar a las personas que pasaban o ver perritos que le encantaban, hola, como esta decía con una voz dulce a las personas que pasaban y nos saludaban, en esos momentos que compartíamos con ellas la vida se volvía mágica, Lorenzo y margara llenaban los silencios con frases graciosas y conversaciones fluidas y coherentes, cada una tenia su personalidad, Lorenzo era tranquilo le gustaba mas hablar que moverse, margarita una exploradora incansable curiosa siempre con ganas de descubrir cada rincón de la casa, cada una con su propia personalidad compartían una misma esencia, amor puro, me amaban sin condiciones como solo los seres puros saben amar, y yo las amaba con toda mi alma.

Con el tiempo entendí que aunque ya no había jaulas de alambre,  el encierro no siempre tiene barrotes visibles, a veces, se disfraza de cariño, de protección, de costumbre, de amor pero sus miradas me decían otra cosa, que la verdadera libertad no era quedarse conmigo, sino reencontrarse con su especie, con los árboles altos, con el cielo abierto y entendí que tenia que devolverles la libertad que les habíamos arrebatado.

Contacté varias fundaciones, entre ellas la Fundación Loros, y por fin, el 13 de diciembre, coordiné con el Dagma de Cali la entrega voluntaria de Lorenzo y Margarita. Ese día lloré. No por perderlos, sino por entender que amarlos también era dejarlos ir. Lorenzo y Margarita hoy vuelan junto a otros loros, rehabilitándose y aprendiendo a ser aves de nuevo. Cada correo que recibo de su hogar de paso me confirma que comen bien y que su vuelo ha mejorado notablemente.

La enseñanza mas grandes que me dejaron Lorenzo y Margarita fue la de amar sin poseer, estos dos loros que llegaron a mi vida con la dulzura en su mirada y la alegría de sus cantos y palabras me enseñaron que el verdadero amor no nace de la posesión, sino del respeto. respetar su libertad fue entender que no eran míos, que pertenecían a los arboles, a los cielos abiertos y a una naturaleza instintiva que ninguna jaula o paredes de concreto por cómoda que fuera, podía reemplazar.

Compartir ese tiempo con ellos también significo aprender a amar su especie, comprender el papel vital que los loros cumplen en el ecosistema, como dispersores de semillas y guardianes de especies nativas, ellos no solo son hermosos son necesarios en la naturaleza, al tenerlos entendí que domesticar un animal silvestre aunque parezca inofensivo y me llenaran de amor es una forma de egoísmo, por mas dóciles que fueran conmigo su lugar no era entre muros de concreto, sino afuera donde su instinto los llama. Lorenzo y Margarita no solo fueron aves en mi vida, fueron dos maestros que me enseñaron que amar también es dejar ir y que preservar la vida silvestre es una forma profunda de amor que va mas allá de pensar en nosotros mismos.