En enero de 2024, aterricé en Vichada para ejercer como profesor rural, sabiendo que dejar atrás la vida citadina de Bogotá me traería mil sorpresas. Apenas iniciadas las clases, un visitante muy particular irrumpió en el salón: un loro verde con la frente amarilla, juguetón con los niños y capaz de repetir con asombrosa exactitud algunas palabras que se escuchaban en medio de la lección. Amante de las frutas y de los lápices que encontraba mal ubicados, se convirtió en una presencia cotidiana para los estudiantes.

En el pequeño caserío donde vivimos, todos conocen a Lorenzo, un loro real amazónico al que rescataron siendo pichón y al que nunca le cortaron las alas ni lo encerraron en jaula. Cuando llegó el momento de alejarse, simplemente no lo hizo: vuela libre por el poblado, posa en los árboles más altos, acompaña a quienes van en bicicleta, se cuela en las casas a saborear frutas, pero siempre regresa a casa sin que nadie —ni perros ni gatos— lo incomode.
Lo más gracioso del asunto es que su lugar favorito es el colegio; literalmente parece un alumno más. Cada mañana llega con los niños, asiste a clase y, a la hora del almuerzo, lo vemos en el comedor picoteando del plato de sus amigos. Nunca ha picado a un solo niño; es como si supiera que ellos son inofensivos, a diferencia de los adultos, con quienes mantiene cierta distancia.

Son muchísimas,” me confesó un día Zaira cuando su lápiz nuevo desapareció misteriosamente. Rebuscamos en maletas y estuches hasta que comprendimos que Lorenzo estaba silencioso… y contento mordisqueando el lápiz. En situaciones así, sólo queda reír. Yo, conciliador por naturaleza, compré otro lápiz para Zaira y le ofrezco a Lorenzo ramitas o varitas cuando la clase se torna monótona.

Lorenzo ha sido protagonista en ciencias naturales: cuando estudiamos la clasificación de los seres vivos, llegó el momento de las aves y, muy amigable, se convirtió en nuestro modelo a dibujar. Sus alas, pico, patas y colores se exhibieron en vivo para el asombro de todos. En una clase de español, Marianita dedicó un artículo a sus peripecias titulado “Las Travesuras de Lorenzo”, que se compartió en el periódico escolar y llegó hasta un diplomado de la Fundación Para La Libertad de Prensa.

Descubrí en su historia la verdadera libertad: rescatado de un nido caído, alimentado con esmero, y ahora capaz de volar a las alturas… elije quedarse con nosotros. Sé que quizá no sea lo más natural para un loro convivir con humanos, pero hay algo hermoso y único en esa elección.

Como maestro, vine a enseñar, pero aprendo tanto de mis estudiantes, de sus familias y, en este caso, de un ave noble que me recuerda la importancia de dar voz a quienes “solamente les hace falta hablar”.

Para Lorenzo, volar libre en naturaleza significa vivir con la comunidad. A veces pasa horas buscando alimento o descansando al sol, pero siempre regresa al colegio, su rincón favorito, como un testimonio de respeto y empatía hacia los animales.