
Empezar a escribir esta historia es abrir un recuerdo que me ha acompañado durante años, es despertar momentos que me llenaron el alma y que me hicieron tener una infancia tan feliz, llegaste a mi vida sin ni siquiera esperarte y te convertiste en el centro de mi pequeño mundo, con tan solo 9 años.
Recuerdo claramente aquel 12 de enero del año 2010, cuando llegaste a mis brazos como un regalo de mi padre. En ese momento, no sabía que serías mi compañero de aventuras, pero al verte supe que serías muy importante para mí. Aunque no negaré que me llené de temor y miedo al verte tan frágil, eras un pequeño lorito, sin plumaje, recién nacido y que arrebataron de su nido. En ese momento, con mi corta edad, no entendía el gran daño que te habían hecho al sacarte de tu hábitat natural.
En la Guajira, donde crecí, era muy común ver personas vendiendo aves silvestres, especialmente miembros de la comunidad wayuu; en ese entonces no había tantas leyes que protegieran a estas aves de ser capturadas y comercializadas. Sin embargo, agradezco que mi padre haya tomado la decisión de rescatarte de aquellas personas que te tenían enjaulado, a pesar de que es una práctica que se ha llevado a cabo durante años y la cual no debe apoyarse, me prometí a mí misma cuidarte y amarte hasta que la vida lo permitiera.
Así fue, pero a medida que crecíamos, comprendí que no era correcto tenerte, que si te amaba tenía que dejarte ir, dejarte seguir creciendo en tu hábitat y pensaba muchísimo en eso y cada vez que lo hacía se me desgarraba el corazón de solo pensar que no iba a verte nunca más. Pero la verdad, por más que lo anhelaba, nunca pude liberarte para que vivieras en tu hábitat. No porque no quisiera hacerlo, sino porque realmente no podrías sobrevivir, ya que cuando llegaste a mí, venías con un ala completamente rota y una patita coja y pensé que con el tiempo podrías recuperarte, pero el daño que te hicieron al robarte fue irreversible.
Nunca te mantuve en jaula; por el contrario, siempre traté de que vivieras libre, sin cortarte las alas. Te dejaba correr por toda la casa con tu patita coja y subiendo a los árboles del patio. La casa de mi abuela estaba justo al lado, y te encantaba subir todos los días al palo de guanábana que ella tenía allí. Pasabas toda la mañana y tarde cantando y volviendo locos a todos los vecinos del barrio con tus gritos. Esto me generaba una guerra constante con mi abuela, ya que le picoteabas todas las guanábanas, pero yo siempre te defendía. A pesar de eso, mi abuela te amó tanto como yo y el resto de mi familia.
El nombre que te di fue Federico, ese nombre marcó mi vida para siempre porque sin saberlo te convertirías en mi primer amor, sí, tú fuiste y serás mi primer amor por siempre y para siempre. Porque aprendí qué se sentía amar por primera vez con locura y profundamente a un animalito, aun cuando, para mí, eras más que un lorito. Tú eras mi todo, mi cómplice, mi confidente, mi paño de lágrimas, mi amigo fiel; eras como un hijo que me enseñó qué era tener responsabilidades: madrugar para darte de comer, subirte al palo, jugar contigo, besarte y enseñarte hablar, que fue una de las mayores satisfacciones de mi vida.
El vínculo que formamos nadie lo pudo comprender y tampoco me esforzaba en explicarles, porque ni yo tenía las palabras exactas para explicar algo tan grande como la conexión y el amor que sentía contigo. Cuando me sentía triste tú también lo estabas, cuando no te veía te extrañaba o me buscabas donde sea que yo estuviera. Cuando viajaba te llevaba conmigo, simplemente no podía dejarte. Fuiste mi apoyo emocional y, aunque las personas no entendían eso, a mí nunca me importó lo que podían decir. Recuerdo cuando se estrenó la película RIO me dio tanta nostalgia y pude identificarme con Linda y Blu, te encantaba ver esa película y cantar como loco.
Normalmente las conexiones grandes con mascotas son con perros o gatos, pero la mía era contigo mi lorito. Me hiciste tantas travesuras como un perro haría, como dañarme zapatos, juguetes, hasta tareas y libretas del colegio que después no sabía cómo explicarles a los profesores, porque no me creerían que había sido un loro y no un perro. Fueron tantos momentos que me llenaron el corazón de alegrías y que podría escribir; aún recuerdo como si hubiese sido ayer. Me encantaba tomarte fotos con un celular viejito que tenía mi mamá, eras tan hermoso con esas plumas verdes como las hojas de un árbol, con esa cabecita amarilla como los mangos que te encantaba comer y ese pico negro como las semillas de girasoles que te daba y, aunque actualmente no me quede ninguna foto tuya, tu imagen sigue tan viva en mi mente a pesar de los años.
Exactamente hace 12 años, 7 meses y 18 días que partiste de este mundo y que mi corazón se rompió por completo. Tú llegaste a mi vida para ser mi compañero y para enseñarme tanto. Aquella tarde cuando llegué del colegio me dirigí a verte como todos los días, pero estabas raro, no te vi igual y fue cuando noté que algo no andaba bien; estuviste enfermo durante 3 días y, aunque te llevé al veterinario, guardaba la esperanza de que te mejorarías pronto, pero no fue así. Esa mañana del 13 de septiembre del 2012, cuando me levantaba a ver cómo seguías, apenas te vi supe que te estaba perdiendo; te tomé entre mis brazos, te acariciaba y te repetía lo mucho que te amaba mientras tus ojos se iban apagando poco a poco, y cuando finalmente se cerraron por completo, experimenté el dolor más grande que había sentido en toda mi vida con tan solo 12 años.
Te había perdido y no entendía por qué; fueron casi 3 años juntos y siento que nos faltó mucho más tiempo. Desde entonces te escribo cartas para nunca olvidarte, esta es una de ellas. Aún me duele que no pude cumplir la promesa de llevarte a un refugio y que convivieras con otros loros.
Luego de tu partida, entré en una depresión tan grande que parecía que nada podría sacarme de ese abismo. La casa se volvió silenciosa y vacía, y yo me sentí perdida sin tu presencia. Me prometí a mí misma que nunca volvería a tener un ave en mi vida, ni participaría en la privación de la libertad de estas criaturas tan hermosas y llenas de vida. Tu recuerdo me había enseñado a valorar la libertad y la naturaleza, y no quería volver a sentir el dolor de perder a alguien que amaba tanto.
Federico, siempre estarás en mi corazón.
Con todo mi amor,
Liz
P. D. Escribí esta historia con todo mi corazón, haciendo referencia a las cartas que le escribía cuando lo perdí y reviviendo recuerdos que creí olvidados. Mientras la escribía, las lágrimas corrían por mi rostro al recordar los momentos más felices y dolorosos que compartí con Federico. Espero que disfruten leyéndola con la misma emoción y sentimiento que yo sentí al escribirla. Me encantaría que fuera de su agrado y poder ser la ganadora. Para mí, compartir con loros nuevamente sería sentir cerca y sanar esa parte de mí que se murió aquel día cuando se fue Federico. Gracias por leer mi historia y permitirme revivir esos momentos con él.