
Desde pequeño siempre estuve interesado en los animales; crecí rodeado de muchos de ellos. En mi hogar siempre teníamos perros y gatos, pero cuando visitaba la finca de mi abuela Amparo, era verdaderamente mágico. En esta pequeña pero grandiosa casa, mi abuela conversaba cada día con una lora llamada Martha, una vistosa ave de color verde selva con tonos amarillos que se asemejaban al sol. Mi abuela nunca se cansaba de hablar con ella. Le permitía andar libremente por toda la finca, y, sin entender cuál era la razón, Martha nunca se iba, teniendo siempre la oportunidad de emprender su vuelo. Parecía ser que Martha en verdad disfrutaba pasar tiempo con la abuela, pues ambas se complementaban, y ni hablar de cuando llegaba alguien más: eran las charlas más disfrutables de toda la familia, con risas, parloteos y alegrías.
Martha llevaba dos años en la familia cuando mi abuela falleció de cáncer. Fue un suceso que nos afectó a todos, pero en especial a esta pequeña cantante. Fue muy impresionante ver cómo ella también vivía el duelo: dejó de hablar y, en silencio, recorría cada rincón de la casa, buscando a su compañera fiel que ya no existía en este plano. Pasó varias semanas así, generando preocupación en todos por si enfermara, ya que comía muy poco y casi no disfrutaba su estancia en la finca. Cumplidos tres meses de la muerte de la abuela, sucedió algo muy extraño: Martha comenzó a recuperar su brillo poco a poco. La lora empezó a hablar con nosotros; volvieron esas lindas palabras que hacían sonreír a cualquiera que estuviera cerca de ella. Pero lo que no sabíamos era lo que pasaría después de su recuperación.
Un día, mientras estábamos en la casa, Martha nombró a la abuela con un grito; dijo tan claro su nombre, “Amparo”, que estremeció a toda la familia. Fue un suceso tan casual como hermoso. Horas después, Martha comenzó a andar cerca de cada persona: mi madre, mi padre, mi hermano; para luego, después de despedirse de todos, salir volando en un abrir y cerrar de ojos de la finca. Era la primera vez que lo hacía, y sucedió tan de repente que ninguno tuvo tiempo de atraparla. Lentamente vimos cómo Martha se alejaba en un cielo azul, llevándose nuestros recuerdos de ella y de la abuela, y dejando atrás el hogar que la vio crecer, pero donde ya no tenía a su mejor amiga que la atara —no de forma literal, sino con esa fuerza de amor que las mantenía unidas. Allí entendimos que Martha no dejó su hogar, sino que se trasladó al cielo en busca de su compañera fiel, siendo libres ambas almas y buscando el reencuentro de su amor eterno.
Toda esta experiencia con los animales, en especial con Martha, me motivó a estudiar la carrera de mis sueños: la Biología. Allí encontré mi vocación y razón de ser: estudiar por y para la conservación de los animales, abogando por su libertad y respeto. Son seres grandes que tienen grandes historias, muchas de las cuales también merecen ser contadas.
¡Gracias!