
Desde niña mi animal favorito son los loros, siempre le decía a mi madre que yo quería un lorito, mi ángel verde para que fuera mi mejor amigo y compañero.
Todos los tiempos son perfectos, los seres especiales que llegan a tu vida tienen una forma maravillosa y milagrosa de llegar.
Había pasado la Semana Santa, mi madre abría su almacén de gafas y gorras, estaba ubicado en la calle de comercio del pueblo.
Ella me cuenta que al almacén llegó un señor con una caja de cartón en sus manos, él le ofreció un loro, le dijo que estaba enfermo de un ala, también había que darle comida con una cuchara.
Mi mamá, en su negociación, le dijo que se lo cambiaba por unas gafas pero que le pagaría con dinero por el loro. El señor aceptó el trato, y después confesó que nadie quería un loro en esas condiciones.
Eran las 8 de la mañana, ese día me había levantado de mi cama con una sensación de que algo bueno pasaría, siempre observo al cielo y le digo a Dios: “estoy lista para tus sorpresas maravillosas”.
Mi sorpresa maravillosa llegaría en forma de una caja de cartón con un hueco.
Mi madre caminaba hacia mí con el segundo mejor regalo que me ha regalado en la vida, el primero mi vida, y el segundo lo que contenía esa pequeña caja.
Cuando abrí esa cajita, me miraron los ojos más hermosos que había visto en toda mi vida, me miró con sus ojitos color naranja, sus plumas verde brillante.
Era la primera vez que descubrí que se puede llorar de felicidad.
Lo saqué de la caja, vi que tenía su ala dañada, sabía que era mi primera responsabilidad de mi vida, yo sería su madre niña, porque lo tenía que alimentar con una cucharita.
De niña tenía problemas para pronunciar la letra R, por esa razón le dije a mi loro: No te puedo llamar con un nombre que tenga la R, porque cuando te llame se van a reír mis hermanos de mí, te llamarás PACO.
Le puse mi mano y Paco se subió en ella, nos amamos desde el primer día de nuestro encuentro.
Dicen que cuando se ama nada es un sacrificio porque las cosas se entregan de corazón, no volví a jugar en la casa de mis amigas, porque tenía un horario para hacerle un puré a Paco y darle con una cucharita.
Es muy probable que, cuando sacaron a Paco de su hábitat, tuvo una caída; por eso su pico y ala estaban lastimados.
Con el tiempo Paco recuperó el pico, pero su ala quedó caída. Le encantaba comer semillas de girasol, se las compraba con todo y vaina y él era experto en sacarlas de la cáscara.
Al pasar de los años me casé y me llevé a mi amigo Paco conmigo.
Desde que conoció mi novio no le cayó para nada bien; cada que lograba cogerlo le daba picotazos.
Definitivamente los animales tienen un don que nosotros los seres humanos no hemos desarrollado. Ellos ven más allá de los rostros y las paraciencias.
Sin embargo, hice caso omiso a mi ángel verde, claro que todo tiene una razón de ser.
Después de unos años de casada asistí a una cita con mi ginecóloga, ella me informó que no podría tener hijos.
Esa tarde llegué triste a mi casa; desde que abrí la puerta, Paco se tiró de su palo, caminó con sus paticas torcidas hacia mí, se subió agarrándose con su pico de mi pantalón y llegó a mi hombro.
Yo casi siempre era la que lo acicalaba; cuando le decía la palabra “piojitos”, tenía su cabeza agachada en mi hombro, se esponjaba sus plumitas, cerraba sus lindos ojos, se dejaba llevar por las acacias de mis manos.
Paco me llamaba mi Nata; ese día me llamó mi Nata y, como sintiendo mi emoción, él me acariciaba con su pico mi cabello.
Le dije: amigo Paco, yo creo que no tendrás un hermanito, ¿qué tal si me acompañas en el pesebre y le pedimos un niño al Niño Dios?
Mi ángel verde me ayudó a pedir con tanta fe que a los dos meses quedé embarazada.
Ese día llegué feliz a casa gritando: “tendremos un niño”, Paco se reía y cantaba “patojito real, visto de verde y soy liberal”.
El día que nació mi bebé y llegué a casa con el bebé, Paco se tiró de su palo, se montó por mi vestido; desde mi hombro miraba al bebé con gran curiosidad, le expresé: Paco ahora tú también tienes a quién cuidar.
Esas palabras las interiorizó muy bien porque, cuando lloraba el bebé, me decía: Nata, el bebé.
El tiempo transcurrió, una noche fui víctima de violencia intrafamiliar; esa noche esperé que el victimario estuviera dormido, con mi niño en brazos y salí de esa casa.
Lloraba porque tenía que dejar mi Paco, porque sabía que, si me veía, empezaba a hacer ruido.
En mi mente estaba la palabra: “volveré por ti”.
Volví muchas veces a intentar recuperarlo, pero en venganza mi ex pareja se oponía a entregármelo; las palabras de ese hombre siempre eran: si me firmas la custodia total del niño, te entrego al loro.
Desde la puerta le grité a mi Paco: “sabes que te amo, cuando mi niño esté contigo tú serás tu ángel verde”.
Muchas veces las personas que nos quieren hacer daño nos separan de los seres que saben que amábamos.
Me había separado de mi Paco, y un día el padre de mi hijo, aprovechando un acuerdo de visitas, decidió no entregarme más a mi hijo.
Se fue de la ciudad y no sabía nada de mi hijo por más de un año.
Es el dolor más grande que he experimentado en mi vida; ese tiempo sentía cómo se me desgarraba el alma, miraba su pequeña ropa en su cajón, su cama, su juguete favorito; eso me marcó el alma.
Una noche, después de llorar y estar bajo una depresión profunda, soñé que Paco me decía: “madre mía, volveremos a estar juntos”.
Uno nunca está solo; DIOS envía personas en nuestra ayuda.
Me envió una abogada llamada Mónica Pineda, una mujer no solo profesional sino también con una calidad humana que, al conocer mi caso, hizo todo lo posible para que pudiera recuperar a mi niño.
Por fin se había hecho justicia: una juez de familia le exigió al padre que tenía que entregarme mi hijo.
Después de un año, cuatro meses, 6 horas tendría de nuevo a mi hijo amado.
Tenía mi casa adornada de fiesta, bombas, torta y un cartel gigante para mi hijo.
Cuando mi hijo llegó, me abrazó y me dijo: “madre mía, te extrañé mucho”.
Nunca me había dicho madre mía, me decía mamá.
Le dije: así me llamó PACO en un sueño.
Él me respondió: sabes madre mía que Paco me cuidó y jugábamos Lego, me llevaba las fichas en su pico y era mi dragón del castillo de Legos.
Mamá, por Paco estamos juntos de nuevo, él hizo la paquedad.
Lo abracé y le pregunté: ¿qué es la paquedad?
Me respondió con un brillo hermoso en sus ojos: mamá, la PAQUEDAD es la LIBERTAD.
Mi niño se sentó en mis piernas y me dijo: antes de ir, una señora de vista a casa mi papá decía que era una trabajadora social; él y mi abuela me estaban diciendo que yo tenía que decir que tú eras mala, que me pegabas.
Al Paco escuchar eso, se tiraba de su palo y les daba de picotazo a ambos.
Yo lo tomaba en mis manos; antes de ponerlo en su palito le decía al oído: “yo sé que no quieres que diga esas mentiras y no lo voy a hacer”.
Gracias a que no dije mentiras estoy libre de estar contigo.
Yo estaba completamente sorprendida; yo le decía a Paco mi amigo, ángel verde, guardián.
Había llorado noches porque él se había quedado en esa casa, pero la causa era esa misión que su alma eligió.
Su gran misión en mi vida y en la vida de mi hijo era hacer la PAQUEDAD, esa libertad que todos merecemos.
Mi hijo no se sentía libre porque estaba separado de su madre; yo no era libre porque estaba prisionera del dolor de estar separada de él; Paco no era libre.
Esa noche hablé con mi niño; le dije que lo correcto es que nosotros le hagamos la paquedad a Paco, le demos la libertad.
Le expliqué sobre el hábitat de los loros, lo hice reflexionar con lo que sentimos ambos al estar separados y no libres.
Con amor le expresé a mi niño: sabes que Paco estaba en una palmera feliz con su madre y unas personas lo alejaron de su madre, y hasta le hicieron daño en su ala.
Yo había consultado de un sitio en donde lo pueden tener en libertad; él va a estar con más loros y hasta puede tener hijos.
Mi hijo feliz respondió: “hagamos plan paquedad para Paco”.
Yo le di las instrucciones para que, el fin de semana que estuviera en la casa de su padre, se despidiera de Paco, porque en cualquier momento llegarían unas personas que se encargan de proteger a los animales silvestres, lo van a llevar para ponerlo en LIBERTAD.
El gran fin de semana de la paquedad llegó, yo ya había coordinado todo con rescate animal; pedí estar presente para apoyar emocionalmente a mi hijo.
La abuela del niño era la que lo cuidaba cuando estaba en casa del padre; no quería a PACO ni él a ella, no lo había regalado porque sabía que a Simón le gustaba ir donde el papá para jugar con PACO.
Algunas ancianas tienen un oído agudo; cuando Simón tenía a su lorito en sus manos para despedirse, le decía: gracias amigo Paco por la paquedad, gracias a ti estoy de nuevo con mi mamá.
La señora cogió y llenó una jeringa de veneno, tomó una toalla y agarró a Paco a la fuerza frente al niño.
Mientras Simón lloraba para salvar a su amigo, ella gritaba: “por ayudar a esa mujer ahora yo te voy a dar la libertad para que te mueras”.
No le importaron las súplicas de su nieto ni la lucha que hizo Paco, porque le lanzaba picotazos para luchar por su vida.
Al escuchar los vecinos a un niño llorando, gritando “no lo mates, no lo mates”, estaban todos alrededor de la vivienda.
Lo que la señora no sabía es que los loros también tienen un ángel guardián; en ese momento estaba llegando a esa casa con protección animal; la policía había tumbado la puerta y cogieron a la señora in fraganti.
Los de rescate animal examinaron a Paco y estaba bien; abracé a mi hijo, lo consolé; Simón quería abrazar a su amigo, que temblaba de miedo, abrazarlo para calmarlo.
También solicité que él pudiera estar presente en el proceso de PACO, para comprobar que sí estuviera bien.
Al estar presente en una escena de esa, llevé a mi hijo a citas de psicología, en donde dibujó a Paco y le escribió una carta a su amigo el hablador.
Cada año celebro con mi niño el aniversario que le llamamos “LA PAQUEDAD”.
Nos vestimos de verde en honor a nuestro guardián de luz verde.
Honramos nuestra libertad y la libertad de nuestro lorito amado.
Pintamos juntos un cuadro de Paco volando libre en un bosque, con semillas de girasol, que era su comida favorita, y un universo lleno de estrellas para que vuele tan alto hasta las estrellas.
Deseo celebrar con mi niño la paquedad en la fundación, llevarlo a ver pacos, como él les dice.
Aunque ambos amamos los loros, comprendimos que nadie merece estar en cautiverio, se ama en libertad.
Todos merecemos la PAQUEDAD.